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Editorial del Boletín Nº 4 del Comité Nacional de la Juventud Radical
RESPONSABILIDAD: ¿20 AÑOS NO ES NADA?
El próximo 8 de julio se cumplirán 20 años de la primera sucesión presidencial desde el retorno de la democracia en 1983. Para ubicar un hecho semejante a lo que aconteció aquel día en que los candidatos del Frente Justicialista Popular Carlos Menem y Eduardo Duhalde asumieron, respectivamente, como presidente y vicepresidente de la Nación, se debía remontar casi 61 años de historia argentina, cuando Yrigoyen asumió su segunda presidencia sucediendo a Marcelo T. de Alvear.
Desde aquel 8 de julio de 1989 el peronismo ha gobernado Argentina contando con amplísimos recursos institucionales. Cabe enunciar la mayoría en ambas cámaras del Congreso de la Nación y en particular el control ininterrumpido del senado desde 1983. Los gobiernos de las provincias: 17 en 1987, 14 en 1991, 1995 y 1999, 16 en 2003 y 2007 (1), entre ellas la populosa provincia de Buenos Aires (alrededor del 37% del electorado nacional), en la cual gobierna desde 1987. En punto al primer estado argentino, sólo una de las cinco elecciones a gobernador que hubo luego del acceso al gobierno provincial del peronismo bonaerense pueden calificarse de competitivas, imponiéndose en las otras por márgenes amplísimos (2). Omitiremos considerar lo relativo al Poder Judicial.
En el medio de 20 años de gobiernos peronistas, 2 años y 10 días del último gobierno radical. Al efecto, es de destacar un artículo escrito a fines de 1999 por Antonio Cafiero luego del triunfo electoral de la Alianza cuyo título rezaba que el peronismo seguirá gobernando, fincando sus argumentos en el control de las provincias (3)y del senado nacional.
Mirada las cosas desde cierta perspectiva, la experiencia de la Alianza fue exactamente eso, una experiencia de dos años en el marco de veinte años de peronismo. El intento - muchas veces insuficiente- de estudiar y analizar las cosas para comprender y entender no se aviene con la provisión de mecanismos de argumentación efectistas (chicanas), pero es dable afirmar que la fuerza política dominante y por ratos hegemónica no ha resultado eficaz para gobernar la Argentina en beneficio de los argentinos. Han gobernado mal, muy mal.
Por cierto que los puntos de vistas varían en función del lugar de donde se mira, que la eficacia para gobernar está probada en el hecho que han gobernado, y en la conclusión quizás posible, atendiendo a ciertas argumentaciones convergentes, que el peronismo no ha gobernado nunca. Y es que los ’90 fueron los años del neoliberalismo, década en la cual hubo quienes negaron la condición peronista de Menem y el menemismo. Análoga situación se escucha hoy en relación al kirchnerismo.
Es saludable que se tienda últimamente a la utilización del adjetivo complejo cuando se hace referencia a problemas, cuestiones, procesos históricos. Admitir la complejidad de las cosas y los casos invita a estudiarlas y discutirlas, constituye un rechazo a la simplificación, la esquematización y el consignismo. Los valores prácticos de la democracia tienen mayores posibilidades allí donde el maniqueísmo se diluye y las antinomias (pueblo/antipueblo, bueno/malo) reducen su validez y dejan lugar a otras consideraciones.
Por eso mismo, sostener que el peronismo ha gobernado mal es una simplificación, a la cual, sin embargo, es válido acudir cuando se trata de entender el estado de las cosas en la amplia geografía argentina. La democracia argentina precisa un peronismo que se haga cargo de su historia y su rol en los fracasos argentinos. Que con modestia asuma sus responsabilidades.
NUEVOS ESCENARIOS.
Desatado el conflicto originado por el aumento de las retenciones a la exportación de productos agrícolas en una escalada por parte del oficialismo que muchos calificaron de irracional, la movilización del campo argentino, de las ciudades y pueblos que agregan valor o proveen servicios a la producción agropecuaria, sumada al malestar acumulado hacia el gobierno (rechazo a formas autoritarias de manejo de la cosa pública, corrupción, pérdida del poder adquisitivo y negación del fenómeno inflacionario) llevaron a que este perdiera en pocos meses la centralidad absoluta de la vida política nacional luego de cinco años de ejercicio del poder casi sin resistencia efectiva.(4)
La solución en el marco del Congreso de la Nación al agudizado conflicto por las retenciones –donde debe destacarse la actuación de los bloques parlamentarios del Partido- abrió las puertas para la revalorización de la institucionalidad republicana e hizo más visible la necesidad de articular la oposición política al gobierno. La celebración de los 25 años de vida democrática el 30 de octubre del año pasado constituyó un marco propicio para resaltar los valores prácticos de la democracia, principalmente la moderación frente a la exaltación y la vocación de diálogo. El Radicalismo se vio reivindicado socialmente por vez primera desde el 2001.
Por otra parte, mientras candidatos radicales ganaban las elecciones municipales por amplio margen en dos importantes ciudades del centro del país -Río Cuarto el 22 de junio y Santa Rosa el 31 de agosto- la ruptura con el gobierno del grueso de los radicales que integraron el Frente para la Victoria motorizó la idea de reunión de la gran familia radical.
En este punto, el Comité Nacional de la Juventud Radical se expidió y actuó con claridad y contundencia desde su reorganización en 2004 (ver al respecto http://juventud.ucr.org.ar/nota.php?NOTAID=444) en cada instancia que fue necesario afirmar el rol opositor de la Unión Cívica Radical no como partido de oposición, sino como partido en la oposición, oposición que debe ser ejercida con lealtad y responsabilidad, pero sin pasarse al bando del adversario en la competencia electoral. Sin embargo, desde las organizaciones juveniles del Partido hemos abonado el diálogo entre radicales en la medida que se entiende la necesidad de construir un gran proyecto nacional que brinde equilibrio a la República y se proponga democratizar la democracia argentina en términos de mayor libertad de la mano de condiciones socioeconómicas básicas que posibiliten su ejercicio efectivo (ver http://juventud.ucr.org.ar/nota.php?NOTAID=1190 ). EL DESAFÍO DE CONSTRUIR UNA OPCION COHERENTE PARA GOBERNAR CON RUMBO PROGRESISTA.
La demanda de articulación de la oposición política al gobierno que hemos señalado, se sitúa en gran medida en forma convergente con la rearticulación del Radicalismo (entendido aquí más allá de las estructuras de la UCR).
En los últimos meses hubo conversaciones, encuentros, entre las diversas expresiones políticas opositoras de cara a las elecciones legislativas de octubre próximo, en las cuales se renovará la mitad de las bancas de la Cámara de Diputados de la Nación y un tercio del senado.(5)
Conviene pues analizar esquemáticamente el horizonte político del Partido de cara a las elecciones legislativas de este año:
1. Una primera cuestión está centrada en el camino del reencuentro radical, donde debemos resaltar la importancia de nuestra experiencia histórica, tanto de la reorganización partidaria luego del golpe de estado de 1930 con la reincorporación de numerosos antipersonalistas –propiciada por Yrigoyen y Alvear- como la acción y la prédica de Crisólogo Larralde en aquella frustración nacional que significó la ruptura de 1956/57 (6). Una organización partidaria moderna con reglas claras y con comportamientos disciplinados de sus actores internos es una aspiración irrenunciable. En la dicotomía que se plantea entre espacios y partidos políticos, desde la Juventud Radical afirmamos la necesidad de un partido político popular, democrático y nacional con presencia territorial en toda la República, con instituciones partidarias con fuerte legitimidad que sancionen y ejecuten la línea política del Partido, instancias de participación, de estudio y elaboración programática y procedimientos de selección de candidatos que no renuncien a la democracia interna. En ese sentido lo planteado por los sectores juveniles del Radicalismo en la Convención Nacional reunida en Carlos Paz el 3 y 4 de octubre del año pasado ( http://juventud.ucr.org.ar/nota.php?NOTAID=1269) Las derivaciones de las elecciones internas presidenciales de fines de 2002 no deben ser la ocasión para desterrar la potestad del afiliado para expedirse sobre sus candidatos.(7)
2. En segundo lugar, se plantea la conformación de alianzas o frentes para las elecciones legislativas con fuerzas políticas opositoras, sean estas de origen radical o tengan afinidad ideológica con el Radicalismo que hagan posible arribar a coincidencias programáticas sólidas, puesto que las alianzas que se formulen esté año tendrán necesaria proyección en las próximas elecciones presidenciales. La acción parlamentaria conjunta en el Congreso Nacional está constituyendo un marco de actuación y experimentación muy útil al efecto. Cabe decir que junto a la dimensión nacional existe y adquiere suma relevancia la cuestión territorial, donde el Radicalismo mantiene ventajas organizacionales y presencia frente a las otras fuerzas opositoras con las cuales es posible converger en listas para octubre próximo.
3. El diálogo y eventuales acuerdos con otras fuerzas opositoras al gobierno nacional y con el peronismo, en cualquiera de sus expresiones. Y es que desde la JR no concebimos que exista ningún límite fundado en la moral que impida la discusión, el diálogo y el acuerdo con los actores de la política democrática. El único límite está dado por la deslealtad para con el sistema democrático. Sin embargo, estos acuerdos no deben plantearse en términos electorales. Las lecciones de la experiencia de la Alianza así lo indican.
Y es que una alianza, unión o frente de carácter progresista y modernizador que se proponga gobernar la Argentina debe estar cohesionado en torno a claros objetivos políticos y contar con una elaboración programática consistente, además de preparar equipos con solvencia política y técnica. Para ello es imprescindible la afinidad ideológica, en particular en torno a las cuestiones vinculadas a los objetivos básicos de gobierno.
Las enormidades del oficialismo –no menores que las del gobierno justicialista de la década del ’90-pueden llevarnos al error del antikirchnerismo. Debemos evitar caer en el, como se ha eludido el error del antiperonismo fomentado por la lógica amigo/enemigo de la actual versión del justicialismo en el gobierno.
La oposición al oficialismo debe ser dura y leal y responsable a un tiempo. Es posible llegar acuerdos con expresiones políticas opositoras sin que ello importe la coincidencia electoral. Es deseable asimismo avanzar en caminos de diálogo y entendimiento con el peronismo. Más para ello es preciso tener correlaciones de fuerza de las que se carece. Máxime en un sistema político como el argentino el cual propende a la irresponsabilidad de los actores institucionales. Por ello es que la apuesta por una cultura política colaborativa y responsable, es un objetivo que debe ser encarado sin ingenuidades y con extrema prudencia, pero sobre todo, constituye un desafío central para encontrar el camino hacia una sociedad abierta y en desarrollo.
Notas. 1. Sólo se computan los gobiernos provinciales peronistas, mas allá de la alineación con el peronismo a nivel nacional de gobiernos de origen radical. Se incluyen como gobiernos peronistas los de Tucumán y Misiones. 2. Nos referimos a los comicios del 24 de octubre de 1999, en que el frente integrado por el PJ y la UCEDE recibió el apoyo provincial de Acción por la República (que postulaba a Domingo Cavallo al presidencia) lo que permitió el triunfo de Ruckauf-Solá ante la fórmula de la Alianza integrada por Fernandez Meijide y Posse. 3. Entre ellas las tres mas grandes, Buenos Aires, Santa Fé y Cordoba, en esta última luego de 15 años de gobiernos radicales. 4. Una excepción pudo ser quizás el triunfo electoral de la coalición del “No” en Misiones, que impidió la consagración de la reelección indefinida del gobernador. 5. Las ocho provincias que elegirán cada una tres senadores nacionales –dos por la mayoría y uno por la minoría- son Santa Fé, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Corrientes, Chubut, La Pampa y Catamarca. 6. El mentor del 14 bis de la Constitución Nacional buscó a toda costa contemporizar posiciones y evitar la ruptura del Partido desde el comité de la provincia de Buenos Aires que presidía, y cuando ya estaba esta consumada, encabezó la reorganización partidaria del tronco del árbol radical como presidente del Comité Nacional de la UCR del Pueblo. 7. Debemos recordar que buena parte de los problemas de aquella elección de la fórmula presidencial de la UCR derivaron de la utilización del sistema de internas abiertas.
Comité Nacional de la Juventud Radical
Adiós al amigo Bicho León. Por Mempo Giardinelli
Al filo de los 86 años, internado en un geriátrico y fuera ya de la vida política, falleció esta semana Luis Agustín León, correntino achaqueñado, radical de cepa, carne y hueso, hombre bueno y político decente como ya –casi– no quedan.
Fue mi amigo y más que eso: un prócer para mi pequeña familia, compuesta por casi todos radicales que en los ’50 y ’60 recorrían los comités del Chaco, por caminos de tierra, bosques y aguadas, haciendo una docencia política formidable porque se basaba en ideales, discursos y postulados éticos, y no en dádivas clientelistas.
Seductor, tanguero, simpático, caballeroso en el cuidado de las formas y en su vestimenta, el Bicho fue, para mí, modelo de varón y de político. De traje o con su atuendo favorito –saco azul de tres botones, pantalón gris, camisa blanca o celeste y corbata al tono– era una especie de dandy, un raro cajetilla populista con entrada segura en el pobrerío provincial. Jugador de loba y de póker hasta el amanecer (o hasta que lo desplumaran) timbeaba por gusto y no por vicio, y jamás se le arrugó ni la corbata. “Que nunca se te afloje el nudo”, era uno de sus consejos, guiñando el ojo.
Le encantaban los apotegmas. “Sólo mostrar la blanca espuma”, me decía sonriente. “Bueno que no te vean lo negro del culo, pero mejor tener el culo limpio”, y encendía un puro barato, un Avanti, porque solía tener más deudas que fortuna. Claro que lo fumaba como un aristócrata, como Hemingway o Fidel Castro, con quien más de una vez compartió tabacos.
Yo era pibe cuando lo acompañaba a “hacer campaña”, como se decía, porque mi cepa también fue radical. Mi viejo, socialista, miraba de soslayo aunque al final siempre votaba a “Don Ricardo”, como llamábamos familiarmente a Balbín, ese prócer de voz ronca y tabacal que venía a comer a casa como un tío querido, traído siempre por el Bicho. Mi vieja, conservadora, hacía silencio y quién sabe qué votaría. Pero mi hermana y mi cuñado, de nombres Beby y Buby, eran capaces de seguir al Bicho hasta la muerte. Y confieso que yo también, aunque nunca milité a su lado.
En el ’69, después del Cordobazo que me tocó bajo bandera, fue el Bicho quien me llevó a Buenos Aires. Yo era un joven izquierdista que se peronizaba velozmente, como les sucedió a miles de mi generación. El Bicho estaba en baja porque Onganía era el dueño de las urnas, y yo estuve a su lado varios años haciéndole de secretario, chofer, cómplice y confidente, mientras estudiaba Derecho y me iniciaba como periodista y él era socio de un restaurante de segunda sobre la avenida Callao. Allí hacía política como podía, yo lo acompañaba en sus gestiones bancarias (siempre estaba en descubierto) y todos los días comíamos junto a la magra caja, donde más de una vez hice de adicionista. El lo que hacía era mirar con nostalgia hacia el Congreso. “Un día de éstos volvemos”, prometía, encantador. Y se cruzaba a la Confitería del Molino para rosquear con correligionarios, o –si andaba en la buena– nos íbamos a la otra cuadra a comer pucheros en El Tropezón, donde siempre había ex legisladores de todo pelaje.
Por lo menos una vez al mes, viajábamos a Resistencia en coche. Le gustaba mi estilo de manejo: “Con vos duermo tranquilo”, decía, en un tiempo en que viajar de noche por la ruta 11 no era lo que es hoy. Trece o catorce horas en un Peugeot 404, alguna vez un Falcon, o un Valiant, “siempre cambiando de monta”, decía. “Pero siempre de segunda mano”, bromeaba yo. “¿Y qué querés? Ya se van a ir a la mierda los milicos, Barbija”, me decía sonriente, porque yo lo llamaba Bigotillo. “Las naciones soportan tiranías, pero ninguna tiranía es eterna.”
En 1974, cuando la vida argentina empezó a calentarse, estuve preso unos días tras un allanamiento a la sede central de la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) en San Juan al 900. Una reunión sindical “cantada”, todos contra la pared y apareció un impresionante arsenal: decenas de armas de todos los calibres, nunca supe si “de la casa”, digamos, o “plantada” por las “fuerzas del orden”. Seguramente las dos cosas. Una veintena caímos en los sótanos de Coordinación Federal, en Moreno al 1500, en cuyos separos de 2 por 1 todo era oscuridad y miedo.
Yo no lo sabía, pero quien más se movió por mi pequeña suerte fue el entonces senador nacional Luis León. Seguro pidió por todos y todas, pues éramos jóvenes veinteañeros y él sabía lo que era eso porque cuando estudiaba Bioquímica en los ’40 y ’50 también había sido detenido. Pero por mí se movió como por un hijo.
Cuando salí fui a verlo al Senado. Me abrazó con una emoción que nunca le había visto. Después me miró a los ojos, duro, y me disparó: –Bueno, pendejo, ya conociste las mazmorras justicialistas. –No seas gorila, Bicho –le dije yo. –Gorila nunca. Pero admití que los peronistas siempre saben irse a la mierda. Tienen talento para eso. Y enseguida bromeó: “Necesito un buen asistente, si querés”.
No quise o no hizo falta, no importa. Y ya no nos vimos hasta que años después, dictadura videlo-masserista mediante, nos reencontramos en México en el ’78 o ’79. Llegó por el Parlamento Latinoamericano, organismo del cual fue fundador y que en tiempos de dictaduras era su refugio político. Me molestó cuando me advirtió que no quería reunirse con “la gente del exilio”. “Los perucas se perdieron una oportunidad histórica. Sus quilombos internos siempre joden a toda la República”, se despachó de entrada. “Pero vamos a marchar juntos toda la vida –dijo al toque–, porque somos como hermanos: nos peleamos pero nos necesitamos, y en el fondo nos queremos.”
Ya en el desexilio, nos veíamos esporádicamente. Cada vez que venía a Resistencia, sus camaradas de la Lista Rosa (su línea interna dentro del radicalismo, predecesora del MAY, Movimiento de Acción Yrigoyenista) prácticamente copaban su casa familiar de Corrientes 89, donde todavía ha de estar la chapa que reza “Dr. Luis A. León. Bioquímico”.
A finales de los ’90 solía verlo en el restaurante del Club Social. Hasta que se cerró, hace unos años, el mejor sitio para conversar tranquilamente con él. Mi hermana lo adoraba y esos encuentros no eran políticos sino familiares, aunque él siempre estaba enhebrando costuras del Partido, como se llamó siempre en mi casa a la UCR. “El Partido y con mayúsculas, carajo”, decía él, que había puesto a mi hermana en el Comité de Conducta. Quizás “al cuete”, rezongó ella antes de morirse, enojada por las roñas partidarias.
Y un día desapareció de Resistencia. Dejó de venir y nadie supo de él. Pasaron meses y nos extrañó su silencio. El restaurante del Social se cerró; los casinos extinguieron las timbas en las que él fue taura alguna vez; el Bar La Estrella es hoy una negación de los chaqueños. Un día de 2003 o 2004 mi hermana me pidió que averiguara su paradero, porque nadie le daba razón de dónde estaba “y dicen que en un geriátrico porteño”. Hice consultas sin fortuna. Nadie sabía, o no decían, pero era evidente que no estaba bien. Y después, en 2005, su ausencia en el entierro de mi hermana fue demasiado explícita. Alguien dijo que el Alemán innombrable había copado su mente y su memoria. Acaso su enfermedad fue su mazmorra.
Uno sabe que la hora de la muerte es inexorable. Nos gana de mano y más cuando le toca a los mejores. Descanse en paz, Bicho León.
La trama de la intolerancia. Dialéctica entre progreso y reacción. Por Natalio Botana
La trama de la historia suele registrar coincidencias en las que convergen tragedias y decisiones polémicas. En pocas semanas, en la Argentina y en el mundo, la opinión sufrió un triple impacto proveniente de los acontecimientos que estallaron en Gaza, de una ola de ataques antisemitas y de la decisión adoptada por la Santa Sede de levantar la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X (comúnmente llamados "lefebvristas" por el obispo Marcel Lefebvre, fundador de esa organización).
Los padecimientos de la población palestina de la Franja de Gaza, como bien se ha dicho, están marcados, por donde se los mire, por el tinte de la tragedia. Por un lado, la tragedia que, sobre el odio acumulado, desenvuelve la estrategia terrorista de Hamas y de otros grupos fundamentalistas, siempre dispuestos a montar el escenario de lo peor. Por el otro, la tragedia humanitaria que desencadenó con su masiva respuesta el Estado de Israel: un saldo desdichado, por ahora, de aproximadamente 1300 muertos y miles de heridos civiles, sacrificados en esa ofensiva militar.
En la Franja de Gaza se enfrentan, por consiguiente, dos lógicas mortíferas: la de los terroristas, relativamente limitada por los medios de que disponen, y la acción desproporcionada sobre poblaciones sometidas a una rígida encerrona que impone Israel. En el fondo de este combate, como contexto indispensable, late el infortunio de la guerra, de más de sesenta años, que viene soportando un Estado de Derecho al que los vecinos le niegan su derecho a la existencia.
El riesgo mayor que hoy afronta el Estado de Israel es el de su paulatina deslegitimación con respecto a los amigos y aliados. Si, tras las lecciones que nos legó Raymond Aron, analizamos a Israel como un Estado en guerra, con sus aciertos y servidumbres, podemos comprobar que esa guerra larga ya no despierta en el mundo occidental las adhesiones de antaño. Esta es una advertencia tal vez necesaria para quienes siempre han prestado apoyo a ese Estado. El peligro del aislamiento y la desmesura, en conjunto con el factor corrosivo del terrorismo sobre las democracias, hoy están constantemente al acecho. Aun en las condiciones menos propicias, Israel debe buscar la paz por el diálogo (y, en este aspecto, como en tantos otros, las medidas que adopte el presidente Obama podrían ser decisivas). De lo contrario, la lógica guerrera seguirá creando más frustración y más resentimiento.
Cuando estas cosas ocurren, en el mundo se reaviva, porque no ha muerto, la epidemia del antisemitismo. Es una epidemia que también actúa por partida doble; por parte de los que toman al Estado de Israel como pretexto para alimentar el odio a un pueblo, a una religión y a una cultura (los hemos visto en Buenos Aires con su prédica y consignas), y por parte de aquellos que, ante la más mínima crítica a la política de un Estado -tan discutible como la política de otros Estados-, le achacan de inmediato el mote de antisemitismo.
Es, por tanto, necesario distinguir (y me hago cargo de que ésta es una solitaria y difícil tarea). El antisemitismo es uno de los signos del mal absoluto en la historia. Es un signo cargado por la voluntad de exterminio aplicada a un pueblo que tuvo la conmovedora capacidad de mantener su identidad en medio de tantos sacrificios. Y lo hizo hasta el punto de sobrevivir a la Shoah, el asesinato planificado y en masa de seis millones de judíos. Quien niegue la Shoah está tejiendo una tenebrosa complicidad con ese genocidio.
El tema del "negacionismo" de la Shoah nos introduce en el tercer capítulo de esta trama. En los últimos días asistimos a un fenómeno en cascada. Justo en el momento en que la Santa Sede levantó la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos consagrados por Lefebvre, a pesar de la expresa prohibición papal, entraron en juego las opiniones de dos de sus miembros: un obispo residente en la localidad de Moreno, Richard Williamson, y un sacerdote italiano, Fiorano Abrahamowicz. Ambos coinciden en lo esencial: la Shoah no existió, las cámaras de gas sirvieron para desinfectar, la acusación de genocidio es, en suma, una exageración.
Posteriormente Williamson pidió disculpas por el escándalo a Benedicto XVI, achacando -¡cuándo no!- la responsabilidad de la difusión a los medios, pero no se retractó. Como es sabido, la Santa Sede condenó esos dichos y reafirmó su condena al antisemitismo, que, para la enseñanza oficial del catolicismo, es intrínsecamente malo.
La pregunta que se deriva de todo esto es angustiante y renueva una historia que, después del Concilio Vaticano II, que convocó Juan XXIII y llevó a buen puerto Pablo VI, se creía superada. Parecería que no lo está del todo por varias razones. Primero, porque muchos miembros del grupo "lefebvrista", como muestra algún artículo publicado en su página web sobre el "problema" judío, lejos de renunciar al antisemitismo han fundamentado con este concepto sus opiniones teológicas. Segundo, porque estas concepciones ponen directamente en tela de juicio varios documentos liminares del Concilio Vaticano II ( Dignitatis humanae , sobre la libertad religiosa, y Nostra Aetate , sobre las religiones no cristianas) que colocaron a la Iglesia Católica en actitud de escucha en la senda del diálogo, del respeto y la comprensión de los hermanos mayores en la fe.
Hay otros argumentos de carácter intraeclesiástico que indicarían lo mucho que falta recorrer para que este grupo acepte integralmente los documentos conciliares. Pero si nos colocamos en el plano profano, que explora el significado ético de la historia contemporánea, las conclusiones no pueden ser menos penosas, como si contemplásemos una herida abierta en el desarrollo de la civilización que no puede cerrarse definitivamente.
Es cierto que el cristianismo no es la única fuente histórica del antisemitismo. Las ideologías totalitarias que manipularon Hitler y Stalin, fundadas desde el ateísmo en la supremacía de una raza o en una concepción mesiánica de la historia, son las que hicieron peor cosecha en esta materia en el siglo XX. Aun así, cuanto antes las iglesias cristianas se purifiquen de este tremendo error, mejor les irá a los ideales, como ya postulaba Jacques Maritain en 1942, indisolublemente ligados a la dignidad de la persona humana y al pluralismo; en fin, a la autonomía y el reconocimiento de todas las voces que construyen en paz la comunidad política.
Un repaso de los acontecimientos que jalonaron los últimos cincuenta años nos mostraría cómo esta decantación de principios, en especial luego del Concilio Vaticano II, tuvo efectos saludables en el mundo católico y, por carácter transitivo, en la activa participación de los cristianos en el desarrollo y la consolidación de las democracias. Se ha avanzado mucho y para bien. Sin embargo, a la luz de estos episodios, parecería que podría cobrar cuerpo, en algunos sectores, un espíritu de restauración empeñado en volver las cosas hacia atrás.
La dialéctica entre progreso y reacción está en el corazón de la historia moderna. El asunto se complica cuando en esa dialéctica se pierde el equilibrio del centro y las cosas se inclinan hacia cualquiera de los dos lados. La trama del miedo y de la intolerancia recíproca, en Medio Oriente, en las calles donde se vociferan consignas antisemitas y en el terreno de las religiones se hace más espesa. Sería deseable que en los albores de este siglo no se deshicieran los valores que tanto costó instaurar en las conciencias.
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