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viernes, 31 de octubre de 2008
Alfonsín y los 25 años de Democracia. Por Ramiro Pereira

Ayer se cumplieron 25 años de la jornada electoral del 30 de octubre de 1983.

Desde las organizaciones juveniles del Radicalismo convocamos a un acto en el Luna Park de la Ciudad de Buenos Aires.

Había que homenajearlo a Raúl Alfonsín, pero como el viejo líder radical expresara en ocasión de la inauguración de un busto suyo en la Casa Rosada, aceptaba el homenaje porque entendía que, mas que a su persona, se homenajeaba a la Democracia (Los radicales rechazan el culto a la personalidad, tal como dejó sentado Lebensohn en la convención constituyente de 1949).

En el Luna Park se celebraron los 25 años de la Democracia... aquel triunfo radical que en verdad fue el triunfo de un pueblo que volvió a votar después de 10 años de violencia. Y es que las últimas elecciones habían sido en septiembre de 1973, cuando un ya anciano Juan Domingo Perón obtuvo el voto popular mayoritario frente a nuestro recordado Ricardo Balbín.

Se anunció que Alfonsín no podría estar presente en el Luna por su frágil salud, pero ciertamente la querida presencia de Alfonsín se pudo sentir en un acto que, organizado por los radicales, contó con el acompañamiento de la ciudadanía, que decidió festejar el cumpleaños de la democracia que estamos construyendo "haciendo camino al andar"

Y es que Alfonsín va seguir estando, no sólo entre los radicales, sino en el pueblo argentino todo, porque ya es un ícono que simboliza la política que prefiere la vida por sobre la muerte, la responsabilidad y el diálogo frente al fanatismo y la necedad, la austeridad antes que la frivolidad.

Los argentinos pudimos ver y escuchar su mensaje por un video que se proyectó en el Luna Park y que se transmitió por los canales de la TV, e internet hizo circular.

El viejo líder habló de la libertad y de la falta de libertad que viene de las desigualdades sociales. Habló de un porvenir en democracia.. de los avances sociales en Latinoamérica y de la necesidad de desterrar el afán autoritario en los procesos de avance social.

Planteó al diálogo entre las fuerzas políticas como un imperativo de lucidez para el bien común.
Diálogo entre gobierno y oposición, pero también entre las fuerzas de la oposición.
Un periodista, luego de comentar las expresiones vertidas por una ex diputada que lidera una coalición opositora y por la presidente de la Nación, comentó al pasar ¿no habrá que hacer lugar al diálogo, como dijo Alfonsín?

En el video que hemos referido, el viejo líder radical nos pidió a los argentinos, y sobre todo a los más jóvenes, que seamos optimistas. Habló de la continua construcción de una sociedad abierta (siembre lo cita a Karl Popper, ahí lo tengo desde hace cinco años en mi biblioteca para leerlo alguna vez) y dijo algo que no deja de llamarme la atención. Refirió, en específica alusión a los peligros que encierra el mundo de hoy, pero entiendo que fue una aserción hecha en general, que los argentinos debíamos ser inteligentes.

Inteligencia en el diálogo. Inteligencia en la búsqueda del consenso. Inteligencia a partir de una actitud colaborativa. Inteligencia para que la acción no resulte inconsistente.

Tengo para mí que ese llamado a la inteligencia se vincula al alto contenido práctico de los valores sobre los que se asienta la Democracia. Implica ver las cosas como son, y sobre esa mirada realista, proyectar un porvenir colectivo mas humano.

Democracia: (renga, incompleta, insuficiente, formal, electoral, meramente burguesa para alguna izquierda pituca) queremos desearte feliz cumpleaños.
Demo-cracia (gobierno del pueblo) felices 25 años en estas tierras de las Provincias Unidas del Sud, para que se levante a la faz de la tierra una nación de hombres libres e iguales en fraterna convivencia.


Ramiro Pereira es vicepresidente 2º del Comité Nacional de la Juventud Radical.
miércoles, 1 de octubre de 2008
Discurso de Raúl Alfonsín en el descubrimiento de su busto en la Casa Rosada



Discurso del Dr. Raúl Alfonsín el 1º de octubre de 2008, en ocasión del descubrimiento en la Casa Rosada de un busto suyo en calidad de ex presidente de la Nación.

De todos los honores y privilegios que la vida me ha dado, y en verdad han sido muchos, por cierto jamás hubiera imaginado acceder a éste que se me concede, el de presenciar la inauguración de un monumento de mi persona. No lo hubiera imaginado, no lo hubiera permitido. Del mismo modo, tal cual rechacé invitaciones anteriores, en la actual circunstancia, desde luego que no interpreto que se realiza un homenaje a mi persona, sino a la democracia que logramos los argentinos.
Siempre creí y así lo dije en tantas oportunidades que es la misión de los dirigentes y de los líderes plantear ideas y proyectos evitando la autoreferencialidad y el personalismo; orientar y abrir caminos, generar consensos, convocar al emprendimiento colectivo, sumar inteligencias y voluntades, asumir con responsabilidad la carga de las decisiones. “Sigan a ideas, no sigan a hombres”, fue y es siempre mi mensaje a los jóvenes. Los hombres pasan, las ideas quedan y se transforman en antorchas que mantienen viva a la política democrática.
En esta galería de presidentes, conviven aquellos que expresaron e interpretaron esa voluntad del pueblo de forjar un destino propio, con aquellos que fueron impuestos o se impusieron por la fuerza, como consecuencia de la frustración de aquellos anhelos. Si los contamos, todavía encontraremos seguramente más presidentes de facto que presidentes elegidos por el pueblo. Esto es lo que notablemente ha cambiado a partir de 1983; no hubo ni habrá aquí más presidentes de facto.
Son las certidumbres que debemos evocar y a las que debemos rendir homenaje en estos 25 años que estamos cumpliendo de joven pero incompleta democracia. La democracia que tenemos es nuestra casa común; el hábitat y las normas que nos deben permitir desarrollar nuestras vidas más plenamente como individuos y familias, como sociedad y como pueblo que aspira a ser una nación. Veinticinco años después, nos toca mejorarla, fortalecer sus capacidades transformadoras y dar contenido real a la igualdad de oportunidades asegurando y expandiendo nuestras libertades.
Democracia es vigencia de la libertad y los derechos pero también existencia de igualdad de oportunidades y distribución equitativa de la riqueza, los beneficios y las cargas sociales: tenemos libertad pero nos falta la igualdad. Tenemos una democracia real, tangible, pero coja e incompleta y, por lo tanto, insatisfactoria: es una democracia que no ha cumplido aún con algunos de sus principios fundamentales, que no ha construído aún un piso sólido que albergue e incluya a los desamparados y excluídos. Y no ha podido, tampoco aún, a través del tiempo y de distintos gobiernos construir puentes firmes que atraviesen la dramática fractura social provocada por la aplicación e imposición de modelos socioeconómicos insolidarios y políticas regresivas.
El 10 de diciembre de 1983, en mi primer mensaje ante el Congreso de la Nación como Presidente convoqué a todos los argentinos a una tarea común para constituir la unión nacional.
Para lograrlo era imprescindible luchar por un Estado independiente, que no podía subordinarse a poderes extranjeros, ni a grupos financieros internacio­nales, ni a los privilegios locales. La propiedad privada cumplía un papel importante en el desarrollo de los pueblos, pero el Estado no podía ser propiedad privada de los sectores económicamente poderosos.
Era necesario buscar un consenso fundamental: la democracia aspira a la coexistencia de las diversas clases y sectores sociales, de las diversas ideologías y de diferentes concepciones de vida. Es pluralista, lo que presupone la aceptación de un sistema que deja cierto espacio a cada uno de los factores y hace posible así la renovación de los gobiernos, la renovación de los partidos y la transformación progresiva de la sociedad.
“La democracia es previsible, y esa previsibilidad indica la existencia de un orden mucho más profundo que aquel asentado sobre el miedo o el silencio de los ciudadanos.
“La previsibilidad de la democracia implica elaboración y diálogo que no excluirá, sin duda, tempestuosos debates y agrios enfrentamientos de coyuntura que nutrirán al estilo republicano triunfante ya en el país”.
“La democracia no se establece sólo a través del sufragio ni vive solamente en los partidos políticos. Nuestro gobierno no se cansará de ofrecer gestos de reconciliación, indispensables desde el punto de vista ético e ineludibles cuando se trata de mirar hacia delante”.
Sin la conciencia de la unión nacional, sostuvimos, será imposible la consolidación de la democracia; sin solidaridad, la democracia perderá sus verdaderos contenidos. Esta llama debe prender en el corazón de cada ciudada­no, que debe sentirse llamado antes a los actos de amor que al ejercicio de los resentimientos.
Sabíamos que la tarea exigiría tiempo, esfuerzos, sacrificios, claridad de ideas y una gran energía encauzada por un preciso sentido de la prudencia y el equilibrio, pero teníamos una ventaja: la experiencia nos había enseñado que, cada vez que perdimos la democracia, la inmensa mayoría de los argentinos terminó perjudicándose.
También habíamos aprendido que los que estimulan la impaciencia para proponer la intolerancia y la violencia como remedios terminan favoreciendo los intereses del privilegio. Aprendimos que cuando el pueblo no decide sobre el gobierno, la nación y el pueblo quedan desguarnecidos frente a los intereses de adentro y de afuera.
Habíamos aprendido que existían fuerzas poderosas que no querían la democracia en la Argentina. Sabíamos que la reivindicación del gobierno del pueblo, de los derechos del pueblo para elegir y controlar el gobierno de acuerdo con los principios de la Constitución, planteaba una lucha por el poder en la que no podíamos ni debíamos bajar los brazos, una lucha que teníamos que librar y en la que teníamos que triunfar.
En este planteo puede destacarse también el lugar central que tiene la cuestión de la transformación de nuestra cultura política; aquello que suele llamarse la “dimensión subjetiva” de la democracia. Y sabemos que el esfuerzo por crear bases estables y predisposiciones arraigadas para la convivencia democrática pasa necesariamente por superar las deformaciones asentadas en la mentalidad colectiva de nuestro país como herencia de un pasado signado por la frustración y el autoritarismo.
En efecto: la intolerancia, la violencia, el maniqueísmo, la compartimentación de la sociedad, la concepción del orden como imposición y del conflicto como perturbación antinatural del orden, la indisponibilidad para el diálogo, la negociación, el acuerdo o el compromiso, han sido maneras de ser y de pensar que echaron raíces a lo largo de generaciones en nuestra historia. Y que por cierto, constituyen todavía hoy una de las principales rémoras y déficit con las que carga nuestra democracia.
Está convicción viene acompañada de una invitación y un deseo esperanzado. Propongo que todos lo intentemos, con la cabeza y el corazón en el presente y la mirada hacia el futuro. Porque los argentinos hemos vivido demasiado tiempo discutiendo para atrás. En política esto tuvo una expresión trágica durante décadas: la única forma que tenía la oposición para llegar al gobierno, era que le fuera mal al de turno, sin advertir que al dificultar la gestión a quien se derrotaba era a la Nación.
Hoy todavía hay rastros de ese canibalismo político que ha teñido la práctica política. La política implica diferencias, existencia de adversarios políticos, esto es totalmente cierto. Pero la política no es solamente conflicto, también es construcción. Y la democracia necesita más especialistas en el arte de la asociación política. Los partidos políticos son excelentes mediadores entre la sociedad, los intereses sectoriales y el Estado y desde esa perspectiva hemos señalado que lo que más nos preocupa es el debilitamiento de los partidos políticos y la dificultad para construir un sistema de partidos moderno que permita sostener consensos básicos. No será posible resistir la cantidad de presiones que estamos sufriendo y sufriremos, si no hay una generalizada voluntad nacional al servicio de lo que debieran ser las más importantes políticas de Estado expresada en la existencia de partidos políticos claros y distintos, renovados y fuertes, representativos de las corrientes de opinión que se expresan en nuestra sociedad.
Y a propósito de bustos, estatuas e íconos, y del sentido que le damos a estas evocaciones del pasado, siempre recuerdo la historia de “La Estatua de Sal”, aquel pasaje de la Biblia en la que un ángel le advierte a Lot: “¡Sálvate! ¡No mires hacia atrás ni te detengas! ¡En ello te va la vida!.” Su mujer quiere ver el exterminio de Sodoma. Mira hacia atrás y queda convertida en una estatua de sal.
Sin embargo, hay también otro riesgo. Están aquellos que no miran hacia atrás pero tampoco lo hacen hacia ningún lado. Los que ni siquiera tienen pensamiento propio. Erich Fromm, en su libro “¿Podrá sobrevivir el hombre?”, lo define como el pensar inauténtico, de autómata, de aquel que cree que algo es verdad no porque haya llegado a esa convicción por el propio pensar, basado en observaciones o experiencias, sino porque se lo han sido “sugerido”, porque le ha sido propuesto “...por fuentes que llevan consigo el peso de las autoridad, en una u otra forma.”, modas y olas pasajeras, distintas formas de “pensamiento único”.
Otro gran pensador que hemos seguido, Norberto Bobbio, escribió en su libro De Senectute: “somos también lo que elegimos recordar”. Toda mi actividad política buscó fortalecer la autonomía de las instituciones democráticas y fortalecer le gobierno de la ley, para que la ley y el Estado de Derecho estuvieran separados de cualquier personalismo. Nuestro país tuvo un talón de Aquiles: no podíamos garantizar la alternancia democrática del gobierno. El objetivo de toda mi vida ha sido que los hombres y mujeres que habitamos este suelo podamos vivir, amar, trabajar y morir en democracia. Para ello era y es necesario que además de instituciones democráticas haya sujetos democráticos, porque sólo así pueden sobrevivir a sus gobernantes.
Y lo bueno de las instituciones democráticas es que no necesitan efigies que las presidan, ni estatuas que les den su investidura. Pero si en algún rincón de sus edificios públicos es posible evocar a aquellos hombres y mujeres que las han presidido o que contribuyeron a defenderlas y ponerlas en movimiento al servicio de la sociedad, bienvenido sea.

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