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miércoles, 11 de febrero de 2009
Editorial del Boletín Nº 4 del Comité Nacional de la Juventud Radical

RESPONSABILIDAD: ¿20 AÑOS NO ES NADA?

El próximo 8 de julio se cumplirán 20 años de la primera sucesión presidencial desde el retorno de la democracia en 1983. Para ubicar un hecho semejante a lo que aconteció aquel día en que los candidatos del Frente Justicialista Popular Carlos Menem y Eduardo Duhalde asumieron, respectivamente, como presidente y vicepresidente de la Nación, se debía remontar casi 61 años de historia argentina, cuando Yrigoyen asumió su segunda presidencia sucediendo a Marcelo T. de Alvear.

Desde aquel 8 de julio de 1989 el peronismo ha gobernado Argentina contando con amplísimos recursos institucionales. Cabe enunciar la mayoría en ambas cámaras del Congreso de la Nación y en particular el control ininterrumpido del senado desde 1983. Los gobiernos de las provincias: 17 en 1987, 14 en 1991, 1995 y 1999, 16 en 2003 y 2007 (1), entre ellas la populosa provincia de Buenos Aires (alrededor del 37% del electorado nacional), en la cual gobierna desde 1987. En punto al primer estado argentino, sólo una de las cinco elecciones a gobernador que hubo luego del acceso al gobierno provincial del peronismo bonaerense pueden calificarse de competitivas, imponiéndose en las otras por márgenes amplísimos (2). Omitiremos considerar lo relativo al Poder Judicial.

En el medio de 20 años de gobiernos peronistas, 2 años y 10 días del último gobierno radical. Al efecto, es de destacar un artículo escrito a fines de 1999 por Antonio Cafiero luego del triunfo electoral de la Alianza cuyo título rezaba que el peronismo seguirá gobernando, fincando sus argumentos en el control de las provincias (3)y del senado nacional.

Mirada las cosas desde cierta perspectiva, la experiencia de la Alianza fue exactamente eso, una experiencia de dos años en el marco de veinte años de peronismo. El intento - muchas veces insuficiente- de estudiar y analizar las cosas para comprender y entender no se aviene con la provisión de mecanismos de argumentación efectistas (chicanas), pero es dable afirmar que la fuerza política dominante y por ratos hegemónica no ha resultado eficaz para gobernar la Argentina en beneficio de los argentinos. Han gobernado mal, muy mal.

Por cierto que los puntos de vistas varían en función del lugar de donde se mira, que la eficacia para gobernar está probada en el hecho que han gobernado, y en la conclusión quizás posible, atendiendo a ciertas argumentaciones convergentes, que el peronismo no ha gobernado nunca. Y es que los ’90 fueron los años del neoliberalismo, década en la cual hubo quienes negaron la condición peronista de Menem y el menemismo. Análoga situación se escucha hoy en relación al kirchnerismo.

Es saludable que se tienda últimamente a la utilización del adjetivo complejo cuando se hace referencia a problemas, cuestiones, procesos históricos. Admitir la complejidad de las cosas y los casos invita a estudiarlas y discutirlas, constituye un rechazo a la simplificación, la esquematización y el consignismo. Los valores prácticos de la democracia tienen mayores posibilidades allí donde el maniqueísmo se diluye y las antinomias (pueblo/antipueblo, bueno/malo) reducen su validez y dejan lugar a otras consideraciones.

Por eso mismo, sostener que el peronismo ha gobernado mal es una simplificación, a la cual, sin embargo, es válido acudir cuando se trata de entender el estado de las cosas en la amplia geografía argentina. La democracia argentina precisa un peronismo que se haga cargo de su historia y su rol en los fracasos argentinos. Que con modestia asuma sus responsabilidades.


NUEVOS ESCENARIOS.

Desatado el conflicto originado por el aumento de las retenciones a la exportación de productos agrícolas en una escalada por parte del oficialismo que muchos calificaron de irracional, la movilización del campo argentino, de las ciudades y pueblos que agregan valor o proveen servicios a la producción agropecuaria, sumada al malestar acumulado hacia el gobierno (rechazo a formas autoritarias de manejo de la cosa pública, corrupción, pérdida del poder adquisitivo y negación del fenómeno inflacionario) llevaron a que este perdiera en pocos meses la centralidad absoluta de la vida política nacional luego de cinco años de ejercicio del poder casi sin resistencia efectiva.(4)

La solución en el marco del Congreso de la Nación al agudizado conflicto por las retenciones –donde debe destacarse la actuación de los bloques parlamentarios del Partido- abrió las puertas para la revalorización de la institucionalidad republicana e hizo más visible la necesidad de articular la oposición política al gobierno. La celebración de los 25 años de vida democrática el 30 de octubre del año pasado constituyó un marco propicio para resaltar los valores prácticos de la democracia, principalmente la moderación frente a la exaltación y la vocación de diálogo. El Radicalismo se vio reivindicado socialmente por vez primera desde el 2001.

Por otra parte, mientras candidatos radicales ganaban las elecciones municipales por amplio margen en dos importantes ciudades del centro del país -Río Cuarto el 22 de junio y Santa Rosa el 31 de agosto- la ruptura con el gobierno del grueso de los radicales que integraron el Frente para la Victoria motorizó la idea de reunión de la gran familia radical.

En este punto, el Comité Nacional de la Juventud Radical se expidió y actuó con claridad y contundencia desde su reorganización en 2004 (ver al respecto http://juventud.ucr.org.ar/nota.php?NOTAID=444) en cada instancia que fue necesario afirmar el rol opositor de la Unión Cívica Radical no como partido de oposición, sino como partido en la oposición, oposición que debe ser ejercida con lealtad y responsabilidad, pero sin pasarse al bando del adversario en la competencia electoral.

Sin embargo, desde las organizaciones juveniles del Partido hemos abonado el diálogo entre radicales en la medida que se entiende la necesidad de construir un gran proyecto nacional que brinde equilibrio a la República y se proponga democratizar la democracia argentina en términos de mayor libertad de la mano de condiciones socioeconómicas básicas que posibiliten su ejercicio efectivo (ver http://juventud.ucr.org.ar/nota.php?NOTAID=1190 ).


EL DESAFÍO DE CONSTRUIR UNA OPCION COHERENTE PARA GOBERNAR CON RUMBO PROGRESISTA.

La demanda de articulación de la oposición política al gobierno que hemos señalado, se sitúa en gran medida en forma convergente con la rearticulación del Radicalismo (entendido aquí más allá de las estructuras de la UCR).

En los últimos meses hubo conversaciones, encuentros, entre las diversas expresiones políticas opositoras de cara a las elecciones legislativas de octubre próximo, en las cuales se renovará la mitad de las bancas de la Cámara de Diputados de la Nación y un tercio del senado.(5)

Conviene pues analizar esquemáticamente el horizonte político del Partido de cara a las elecciones legislativas de este año:

1. Una primera cuestión está centrada en el camino del reencuentro radical, donde debemos resaltar la importancia de nuestra experiencia histórica, tanto de la reorganización partidaria luego del golpe de estado de 1930 con la reincorporación de numerosos antipersonalistas –propiciada por Yrigoyen y Alvear- como la acción y la prédica de Crisólogo Larralde en aquella frustración nacional que significó la ruptura de 1956/57 (6). Una organización partidaria moderna con reglas claras y con comportamientos disciplinados de sus actores internos es una aspiración irrenunciable. En la dicotomía que se plantea entre espacios y partidos políticos, desde la Juventud Radical afirmamos la necesidad de un partido político popular, democrático y nacional con presencia territorial en toda la República, con instituciones partidarias con fuerte legitimidad que sancionen y ejecuten la línea política del Partido, instancias de participación, de estudio y elaboración programática y procedimientos de selección de candidatos que no renuncien a la democracia interna. En ese sentido lo planteado por los sectores juveniles del Radicalismo en la Convención Nacional reunida en Carlos Paz el 3 y 4 de octubre del año pasado (http://juventud.ucr.org.ar/nota.php?NOTAID=1269)
Las derivaciones de las elecciones internas presidenciales de fines de 2002 no deben ser la ocasión para desterrar la potestad del afiliado para expedirse sobre sus candidatos.(7)
2. En segundo lugar, se plantea la conformación de alianzas o frentes para las elecciones legislativas con fuerzas políticas opositoras, sean estas de origen radical o tengan afinidad ideológica con el Radicalismo que hagan posible arribar a coincidencias programáticas sólidas, puesto que las alianzas que se formulen esté año tendrán necesaria proyección en las próximas elecciones presidenciales. La acción parlamentaria conjunta en el Congreso Nacional está constituyendo un marco de actuación y experimentación muy útil al efecto. Cabe decir que junto a la dimensión nacional existe y adquiere suma relevancia la cuestión territorial, donde el Radicalismo mantiene ventajas organizacionales y presencia frente a las otras fuerzas opositoras con las cuales es posible converger en listas para octubre próximo.

3. El diálogo y eventuales acuerdos con otras fuerzas opositoras al gobierno nacional y con el peronismo, en cualquiera de sus expresiones. Y es que desde la JR no concebimos que exista ningún límite fundado en la moral que impida la discusión, el diálogo y el acuerdo con los actores de la política democrática. El único límite está dado por la deslealtad para con el sistema democrático. Sin embargo, estos acuerdos no deben plantearse en términos electorales. Las lecciones de la experiencia de la Alianza así lo indican.

Y es que una alianza, unión o frente de carácter progresista y modernizador que se proponga

gobernar la Argentina debe estar cohesionado en torno a claros objetivos políticos y contar con una elaboración programática consistente, además de preparar equipos con solvencia política y técnica. Para ello es imprescindible la afinidad ideológica, en particular en torno a las cuestiones vinculadas a los objetivos básicos de gobierno.

Las enormidades del oficialismo –no menores que las del gobierno justicialista de la década del ’90-pueden llevarnos al error del antikirchnerismo. Debemos evitar caer en el, como se ha eludido el error del antiperonismo fomentado por la lógica amigo/enemigo de la actual versión del justicialismo en el gobierno.

La oposición al oficialismo debe ser dura y leal y responsable a un tiempo. Es posible llegar acuerdos con expresiones políticas opositoras sin que ello importe la coincidencia electoral. Es deseable asimismo avanzar en caminos de diálogo y entendimiento con el peronismo. Más para ello es preciso tener correlaciones de fuerza de las que se carece. Máxime en un sistema político como el argentino el cual propende a la irresponsabilidad de los actores institucionales. Por ello es que la apuesta por una cultura política colaborativa y responsable, es un objetivo que debe ser encarado sin ingenuidades y con extrema prudencia, pero sobre todo, constituye un desafío central para encontrar el camino hacia una sociedad abierta y en desarrollo.

Notas.

1. Sólo se computan los gobiernos provinciales peronistas, mas allá de la alineación con el peronismo a nivel nacional de gobiernos de origen radical. Se incluyen como gobiernos peronistas los de Tucumán y Misiones.

2. Nos referimos a los comicios del 24 de octubre de 1999, en que el frente integrado por el PJ y la UCEDE recibió el apoyo provincial de Acción por la República (que postulaba a Domingo Cavallo al presidencia) lo que permitió el triunfo de Ruckauf-Solá ante la fórmula de la Alianza integrada por Fernandez Meijide y Posse.

3. Entre ellas las tres mas grandes, Buenos Aires, Santa Fé y Cordoba, en esta última luego de 15 años de gobiernos radicales.

4. Una excepción pudo ser quizás el triunfo electoral de la coalición del “No” en Misiones, que impidió la consagración de la reelección indefinida del gobernador.

5. Las ocho provincias que elegirán cada una tres senadores nacionales –dos por la mayoría y uno por la minoría- son Santa Fé, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Corrientes, Chubut, La Pampa y Catamarca.

6. El mentor del 14 bis de la Constitución Nacional buscó a toda costa contemporizar posiciones y evitar la ruptura del Partido desde el comité de la provincia de Buenos Aires que presidía, y cuando ya estaba esta consumada, encabezó la reorganización partidaria del tronco del árbol radical como presidente del Comité Nacional de la UCR del Pueblo.

7. Debemos recordar que buena parte de los problemas de aquella elección de la fórmula presidencial de la UCR derivaron de la utilización del sistema de internas abiertas.

Comité Nacional de la Juventud Radical
domingo, 8 de febrero de 2009
Adiós al amigo Bicho León. Por Mempo Giardinelli

Al filo de los 86 años, internado en un geriátrico y fuera ya de la vida política, falleció esta semana Luis Agustín León, correntino achaqueñado, radical de cepa, carne y hueso, hombre bueno y político decente como ya –casi– no quedan.
Fue mi amigo y más que eso: un prócer para mi pequeña familia, compuesta por casi todos radicales que en los ’50 y ’60 recorrían los comités del Chaco, por caminos de tierra, bosques y aguadas, haciendo una docencia política formidable porque se basaba en ideales, discursos y postulados éticos, y no en dádivas clientelistas.
Seductor, tanguero, simpático, caballeroso en el cuidado de las formas y en su vestimenta, el Bicho fue, para mí, modelo de varón y de político. De traje o con su atuendo favorito –saco azul de tres botones, pantalón gris, camisa blanca o celeste y corbata al tono– era una especie de dandy, un raro cajetilla populista con entrada segura en el pobrerío provincial. Jugador de loba y de póker hasta el amanecer (o hasta que lo desplumaran) timbeaba por gusto y no por vicio, y jamás se le arrugó ni la corbata. “Que nunca se te afloje el nudo”, era uno de sus consejos, guiñando el ojo.
Le encantaban los apotegmas. “Sólo mostrar la blanca espuma”, me decía sonriente. “Bueno que no te vean lo negro del culo, pero mejor tener el culo limpio”, y encendía un puro barato, un Avanti, porque solía tener más deudas que fortuna. Claro que lo fumaba como un aristócrata, como Hemingway o Fidel Castro, con quien más de una vez compartió tabacos.
Yo era pibe cuando lo acompañaba a “hacer campaña”, como se decía, porque mi cepa también fue radical. Mi viejo, socialista, miraba de soslayo aunque al final siempre votaba a “Don Ricardo”, como llamábamos familiarmente a Balbín, ese prócer de voz ronca y tabacal que venía a comer a casa como un tío querido, traído siempre por el Bicho. Mi vieja, conservadora, hacía silencio y quién sabe qué votaría. Pero mi hermana y mi cuñado, de nombres Beby y Buby, eran capaces de seguir al Bicho hasta la muerte. Y confieso que yo también, aunque nunca milité a su lado.
En el ’69, después del Cordobazo que me tocó bajo bandera, fue el Bicho quien me llevó a Buenos Aires. Yo era un joven izquierdista que se peronizaba velozmente, como les sucedió a miles de mi generación. El Bicho estaba en baja porque Onganía era el dueño de las urnas, y yo estuve a su lado varios años haciéndole de secretario, chofer, cómplice y confidente, mientras estudiaba Derecho y me iniciaba como periodista y él era socio de un restaurante de segunda sobre la avenida Callao. Allí hacía política como podía, yo lo acompañaba en sus gestiones bancarias (siempre estaba en descubierto) y todos los días comíamos junto a la magra caja, donde más de una vez hice de adicionista. El lo que hacía era mirar con nostalgia hacia el Congreso. “Un día de éstos volvemos”, prometía, encantador. Y se cruzaba a la Confitería del Molino para rosquear con correligionarios, o –si andaba en la buena– nos íbamos a la otra cuadra a comer pucheros en El Tropezón, donde siempre había ex legisladores de todo pelaje.
Por lo menos una vez al mes, viajábamos a Resistencia en coche. Le gustaba mi estilo de manejo: “Con vos duermo tranquilo”, decía, en un tiempo en que viajar de noche por la ruta 11 no era lo que es hoy. Trece o catorce horas en un Peugeot 404, alguna vez un Falcon, o un Valiant, “siempre cambiando de monta”, decía. “Pero siempre de segunda mano”, bromeaba yo. “¿Y qué querés? Ya se van a ir a la mierda los milicos, Barbija”, me decía sonriente, porque yo lo llamaba Bigotillo. “Las naciones soportan tiranías, pero ninguna tiranía es eterna.”
En 1974, cuando la vida argentina empezó a calentarse, estuve preso unos días tras un allanamiento a la sede central de la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) en San Juan al 900. Una reunión sindical “cantada”, todos contra la pared y apareció un impresionante arsenal: decenas de armas de todos los calibres, nunca supe si “de la casa”, digamos, o “plantada” por las “fuerzas del orden”. Seguramente las dos cosas. Una veintena caímos en los sótanos de Coordinación Federal, en Moreno al 1500, en cuyos separos de 2 por 1 todo era oscuridad y miedo.
Yo no lo sabía, pero quien más se movió por mi pequeña suerte fue el entonces senador nacional Luis León. Seguro pidió por todos y todas, pues éramos jóvenes veinteañeros y él sabía lo que era eso porque cuando estudiaba Bioquímica en los ’40 y ’50 también había sido detenido. Pero por mí se movió como por un hijo.
Cuando salí fui a verlo al Senado. Me abrazó con una emoción que nunca le había visto. Después me miró a los ojos, duro, y me disparó:
–Bueno, pendejo, ya conociste las mazmorras justicialistas.
–No seas gorila, Bicho –le dije yo.
–Gorila nunca. Pero admití que los peronistas siempre saben irse a la mierda. Tienen talento para eso.
Y enseguida bromeó: “Necesito un buen asistente, si querés”.
No quise o no hizo falta, no importa. Y ya no nos vimos hasta que años después, dictadura videlo-masserista mediante, nos reencontramos en México en el ’78 o ’79.
Llegó por el Parlamento Latinoamericano, organismo del cual fue fundador y que en tiempos de dictaduras era su refugio político. Me molestó cuando me advirtió que no quería reunirse con “la gente del exilio”. “Los perucas se perdieron una oportunidad histórica. Sus quilombos internos siempre joden a toda la República”, se despachó de entrada. “Pero vamos a marchar juntos toda la vida –dijo al toque–, porque somos como hermanos: nos peleamos pero nos necesitamos, y en el fondo nos queremos.”
Ya en el desexilio, nos veíamos esporádicamente. Cada vez que venía a Resistencia, sus camaradas de la Lista Rosa (su línea interna dentro del radicalismo, predecesora del MAY, Movimiento de Acción Yrigoyenista) prácticamente copaban su casa familiar de Corrientes 89, donde todavía ha de estar la chapa que reza “Dr. Luis A. León. Bioquímico”.
A finales de los ’90 solía verlo en el restaurante del Club Social. Hasta que se cerró, hace unos años, el mejor sitio para conversar tranquilamente con él. Mi hermana lo adoraba y esos encuentros no eran políticos sino familiares, aunque él siempre estaba enhebrando costuras del Partido, como se llamó siempre en mi casa a la UCR. “El Partido y con mayúsculas, carajo”, decía él, que había puesto a mi hermana en el Comité de Conducta. Quizás “al cuete”, rezongó ella antes de morirse, enojada por las roñas partidarias.
Y un día desapareció de Resistencia. Dejó de venir y nadie supo de él. Pasaron meses y nos extrañó su silencio. El restaurante del Social se cerró; los casinos extinguieron las timbas en las que él fue taura alguna vez; el Bar La Estrella es hoy una negación de los chaqueños. Un día de 2003 o 2004 mi hermana me pidió que averiguara su paradero, porque nadie le daba razón de dónde estaba “y dicen que en un geriátrico porteño”. Hice consultas sin fortuna. Nadie sabía, o no decían, pero era evidente que no estaba bien. Y después, en 2005, su ausencia en el entierro de mi hermana fue demasiado explícita. Alguien dijo que el Alemán innombrable había copado su mente y su memoria. Acaso su enfermedad fue su mazmorra.
Uno sabe que la hora de la muerte es inexorable. Nos gana de mano y más cuando le toca a los mejores.
Descanse en paz, Bicho León.

viernes, 6 de febrero de 2009
La trama de la intolerancia. Dialéctica entre progreso y reacción. Por Natalio Botana

La trama de la historia suele registrar coincidencias en las que convergen tragedias y decisiones polémicas. En pocas semanas, en la Argentina y en el mundo, la opinión sufrió un triple impacto proveniente de los acontecimientos que estallaron en Gaza, de una ola de ataques antisemitas y de la decisión adoptada por la Santa Sede de levantar la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X (comúnmente llamados "lefebvristas" por el obispo Marcel Lefebvre, fundador de esa organización).

Los padecimientos de la población palestina de la Franja de Gaza, como bien se ha dicho, están marcados, por donde se los mire, por el tinte de la tragedia. Por un lado, la tragedia que, sobre el odio acumulado, desenvuelve la estrategia terrorista de Hamas y de otros grupos fundamentalistas, siempre dispuestos a montar el escenario de lo peor. Por el otro, la tragedia humanitaria que desencadenó con su masiva respuesta el Estado de Israel: un saldo desdichado, por ahora, de aproximadamente 1300 muertos y miles de heridos civiles, sacrificados en esa ofensiva militar.

En la Franja de Gaza se enfrentan, por consiguiente, dos lógicas mortíferas: la de los terroristas, relativamente limitada por los medios de que disponen, y la acción desproporcionada sobre poblaciones sometidas a una rígida encerrona que impone Israel. En el fondo de este combate, como contexto indispensable, late el infortunio de la guerra, de más de sesenta años, que viene soportando un Estado de Derecho al que los vecinos le niegan su derecho a la existencia.

El riesgo mayor que hoy afronta el Estado de Israel es el de su paulatina deslegitimación con respecto a los amigos y aliados. Si, tras las lecciones que nos legó Raymond Aron, analizamos a Israel como un Estado en guerra, con sus aciertos y servidumbres, podemos comprobar que esa guerra larga ya no despierta en el mundo occidental las adhesiones de antaño.
Esta es una advertencia tal vez necesaria para quienes siempre han prestado apoyo a ese Estado. El peligro del aislamiento y la desmesura, en conjunto con el factor corrosivo del terrorismo sobre las democracias, hoy están constantemente al acecho. Aun en las condiciones menos propicias, Israel debe buscar la paz por el diálogo (y, en este aspecto, como en tantos otros, las medidas que adopte el presidente Obama podrían ser decisivas). De lo contrario, la lógica guerrera seguirá creando más frustración y más resentimiento.

Cuando estas cosas ocurren, en el mundo se reaviva, porque no ha muerto, la epidemia del antisemitismo. Es una epidemia que también actúa por partida doble; por parte de los que toman al Estado de Israel como pretexto para alimentar el odio a un pueblo, a una religión y a una cultura (los hemos visto en Buenos Aires con su prédica y consignas), y por parte de aquellos que, ante la más mínima crítica a la política de un Estado -tan discutible como la política de otros Estados-, le achacan de inmediato el mote de antisemitismo.

Es, por tanto, necesario distinguir (y me hago cargo de que ésta es una solitaria y difícil tarea). El antisemitismo es uno de los signos del mal absoluto en la historia. Es un signo cargado por la voluntad de exterminio aplicada a un pueblo que tuvo la conmovedora capacidad de mantener su identidad en medio de tantos sacrificios. Y lo hizo hasta el punto de sobrevivir a la Shoah, el asesinato planificado y en masa de seis millones de judíos. Quien niegue la Shoah está tejiendo una tenebrosa complicidad con ese genocidio.

El tema del "negacionismo" de la Shoah nos introduce en el tercer capítulo de esta trama. En los últimos días asistimos a un fenómeno en cascada. Justo en el momento en que la Santa Sede levantó la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos consagrados por Lefebvre, a pesar de la expresa prohibición papal, entraron en juego las opiniones de dos de sus miembros: un obispo residente en la localidad de Moreno, Richard Williamson, y un sacerdote italiano, Fiorano Abrahamowicz. Ambos coinciden en lo esencial: la Shoah no existió, las cámaras de gas sirvieron para desinfectar, la acusación de genocidio es, en suma, una exageración.

Posteriormente Williamson pidió disculpas por el escándalo a Benedicto XVI, achacando -¡cuándo no!- la responsabilidad de la difusión a los medios, pero no se retractó. Como es sabido, la Santa Sede condenó esos dichos y reafirmó su condena al antisemitismo, que, para la enseñanza oficial del catolicismo, es intrínsecamente malo.

La pregunta que se deriva de todo esto es angustiante y renueva una historia que, después del Concilio Vaticano II, que convocó Juan XXIII y llevó a buen puerto Pablo VI, se creía superada.
Parecería que no lo está del todo por varias razones. Primero, porque muchos miembros del grupo "lefebvrista", como muestra algún artículo publicado en su página web sobre el "problema" judío, lejos de renunciar al antisemitismo han fundamentado con este concepto sus opiniones teológicas. Segundo, porque estas concepciones ponen directamente en tela de juicio varios documentos liminares del Concilio Vaticano II ( Dignitatis humanae , sobre la libertad religiosa, y Nostra Aetate , sobre las religiones no cristianas) que colocaron a la Iglesia Católica en actitud de escucha en la senda del diálogo, del respeto y la comprensión de los hermanos mayores en la fe.

Hay otros argumentos de carácter intraeclesiástico que indicarían lo mucho que falta recorrer para que este grupo acepte integralmente los documentos conciliares. Pero si nos colocamos en el plano profano, que explora el significado ético de la historia contemporánea, las conclusiones no pueden ser menos penosas, como si contemplásemos una herida abierta en el desarrollo de la civilización que no puede cerrarse definitivamente.

Es cierto que el cristianismo no es la única fuente histórica del antisemitismo. Las ideologías totalitarias que manipularon Hitler y Stalin, fundadas desde el ateísmo en la supremacía de una raza o en una concepción mesiánica de la historia, son las que hicieron peor cosecha en esta materia en el siglo XX. Aun así, cuanto antes las iglesias cristianas se purifiquen de este tremendo error, mejor les irá a los ideales, como ya postulaba Jacques Maritain en 1942, indisolublemente ligados a la dignidad de la persona humana y al pluralismo; en fin, a la autonomía y el reconocimiento de todas las voces que construyen en paz la comunidad política.

Un repaso de los acontecimientos que jalonaron los últimos cincuenta años nos mostraría cómo esta decantación de principios, en especial luego del Concilio Vaticano II, tuvo efectos saludables en el mundo católico y, por carácter transitivo, en la activa participación de los cristianos en el desarrollo y la consolidación de las democracias. Se ha avanzado mucho y para bien. Sin embargo, a la luz de estos episodios, parecería que podría cobrar cuerpo, en algunos sectores, un espíritu de restauración empeñado en volver las cosas hacia atrás.

La dialéctica entre progreso y reacción está en el corazón de la historia moderna. El asunto se complica cuando en esa dialéctica se pierde el equilibrio del centro y las cosas se inclinan hacia cualquiera de los dos lados. La trama del miedo y de la intolerancia recíproca, en Medio Oriente, en las calles donde se vociferan consignas antisemitas y en el terreno de las religiones se hace más espesa. Sería deseable que en los albores de este siglo no se deshicieran los valores que tanto costó instaurar en las conciencias.

Fuente: Diario "La Nación" de Buenos Aires.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1096560
miércoles, 28 de enero de 2009
Radicales: Guay a la derechización y las tentaciones conservadoras. Por Ricardo Campero

Tengo temor. Se nota que tenemos a Alfonsín fuera del juego y entonces tentaciones que antes no estaban presentes emergen de un modo desatinado en el Partido Progresista y de la Patria. Falta debate y el antikirchnerismo y la simplificación del análisis nos está conduciendo a la ahistoricidad. Y además con tendencias conservadoras.En la cuestión cubana, donde tenemos galardones ganados, se los dilapida desde el peor lugar cual es la diplomacia K como función del análisis. Sin considerar el carácter del tránsito de un país que tuvo la cabeza altiva frente a la brutalidad del embargo norteamericano y el sabotaje permanente. Hay que ayudarlos a procesarlo en un momento tan particular comprendiendo de donde vienen y el cambio, inclusive de liderazgo . Tengo en edición, y prometido, un debate que hechará luz sobre la esencia de la cuestión cubana. Para comprender los costos de la dignidad a pocas millas del imperio. Y tengo el orgullo de haber estado en la dirección de la diplomacia económica radical que abrió el círculo que ahora cierra Lula: la de la reincersión de Cuba en la familia latinoamericana en donde todo lo que queremos será más factible inclusive los logros de la Revolución que a los conservadores no les interesa. Y a todos los temas sobre el particular hay que meterle bisturí a fondo y para eso no pararse en el antikirchnerismo que de persistente se vuelve gorila. Ni siquiera miro desde la Cuba que resistió al imperio. O la que merece ser entendida como repuesta al camino posible para ser independientes en tiempos de guerra fría y ayudada a procesar su tránsito sin ser aplastados por la guasanería de Miami. No solo la que saboteó un avión y asesinó a decenas de personas sino la amiga de Adelina de Viola y de José Luis Manzano.Simplemente analizo las cosas parados en lo bilateral y la gratitud. Cuba es el País que fue vanguardia en la solidaridad durante la invasión desmedida de los piratas en Malvinas, su Jefe que reconoció como inédita la política de derechos humanos de nuestro gobierno. El que acompaña de modo persistente el voto por nuestros derechos en el Atlántico Sur aún la defección del voto de De la Rúa cediendo a la presión norteamericana en Ginebra. Al que en términos de la UCR, le debemos gratitud cuando con su medicina empujó para adelante al Chacho Jarolasky herido en su columna y a cambio de nada a pesar del estado de emergencia en el peor momento. El que no viene a la Argentina a decir que sus niños no se mueren como los nuestros por causas evitables. Que nuestros derechos humanos no incluyen, y lo destaca bien Alfonsín, a los desposeídos. A protestar por los chicos condenados a poner una pistola en la cabeza de un ciudadano o tener la pistola en la cabeza de parte de un policía.Soy radical y no concuerdo con muchas cosas de las que pasan allá pero mucho menos de lo que no concuerdo con otros países de centroamerica y el caribe y mucho menos de los que condujeron a Cuba al aislamiento. Ellos nos acompañan en Malvinas y no recuerdo una protesta por Guantánamo donde se torturó de un modo que solo lo hace el antihombre. El antikirchnerismo nos está llevando a mal puerto. Somos tan distintos y mejores que lo inverso no constituye el camino adecuado. Como en este caso.Y nos estamos volviendo conservadores. La burocracia nos conduce al estancamiento. Estamos en vísperas de un festival de reelecciones en todos los estamentos. Como si nada hubiera ocurrido en el país como para no plantearse innovaciones. Que es el rostro de la renovación con ideas de cambio. Lo conservador conduce a aquietar las aguas. En esas aguas abreva la derecha.Estoy preocupado. Se nota que Alfonsín está fuera del juego. Pero estoy mas convencido que nunca que él debate ideológico prende luz alta y que será fértil en la medida que el deseo del cambio sea superior al temor al cambio. Luchemos por debatir. Por la esencia de lo democratico. Y los que estamos por un frente de contradiáspora radical no temamos en ofender a nadie marcando la diferencialidad respecto a Patricia Bullrich y María Eugenia Estensoro. Un frente implica diferencias, si no seríamos un partido y no lo seremos. Llambias no es mi correligionario. Su antecesor es el Tato Romero Féris. El mío es Raúl Alfonsín.

Ricardo Campero vive en San Fernando (Prov. de Buenos Aires), es Lic. en Ciencias Políticas y Diplomáticas (Universidad Nacional de Rosario), especializado en economía internacional. Cofundador de Franja Morada en plena Dictadura Militar de Ongania (la que lo encarcela en Rosario y Buenos Aires). Fue Profesor Titular de Historia Económica y Social en la UBA. Ex Secretario de Comercio y Embajador Argentino ante ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración)en el Gobierno de Alfonsín donde presidiera el Comité de Representantes Permanentes. Integra el Programa Nacional de la Sociedad de la Informacion (2000 y 2002)en el área Nueva Economía. Consultor de gobiernos y empresas en temas de Comercio Exterior y de nuevas tecnologías. Fue asesor de la Secretaria de la Producción de Rosario para cuestiones de la innovación. Tuvo a su cargo el diseño de un Proyecto de Ciudad Digital para Rosario y otro de exportaciones de PYMES de productos de base biotecnologica. Director de www.rafaela.competir.com, la primera comunidad virtual de aprendizaje de exportaciones de Argentina.
domingo, 4 de enero de 2009
Perón, Kirchner y la fidelidad. Por Pepe Eliaschev


Hay algo permanente e invariable en el corazón de los grandes dilemas argentinos, una constante persistencia en visitar una y otra vez los territorios de la ilusión, los espacios del autoengaño, los parajes del deseo metamorfoseado en realidades indiscutibles. Ante los interrogantes que atravesaron al país durante 2008 y, sobre todo, de cara a las decisiones que aguardan este año, se percibe la insistente emergencia de un viejo conocido, mecanismo nefasto que acompaña a la Argentina hace varias décadas.

Todo sucede como si la dificultad de sobrellevar la realidad fuese insuperable, a menos que hiciéramos de ella un mito al que le hincamos el diente desde el torcimiento de los hechos, en vez de abordarlo desde la desnudez de lo existente.
La nueva edición del libro de Richard Gillespie Soldados de Perón. Historia crítica de los Montoneros, que hace poco presentó Editorial Sudamericana con demoledor prólogo de Félix Luna, permitió verificar viejas sospechas y ratificar espinosas conclusiones.
El libro de Gillespie es incompleto y muchos de sus juicios son, al menos, opinables. No lo ayuda que la edición argentina sea la traducción al español de la inglesa hecha por un catalán, lo cual sazona a la obra de pedregosos anglicismos y manifiesta ignorancia de la política argentina. Más de una vez, por ejemplo, Gillespie aparece definiendo a los peronistas de izquierda de los años ‘70 como “peronistas radicales”, lo cual aquí es un dislate innecesario.
Gillespie hunde el bisturí con demoledora eficacia cuando revela el carácter deliberadamente engañoso y falseador que marcaba el estilo, objetivos y conductas de Perón. Inmune a toda grosera descalificación como “gorila”, Gillespie encuadra en la mentira deliberada y en el fraude ideológico más avieso de Perón muchas de las circunstancias terribles durante las cuales Argentina chapoteó en sangre durante varias décadas.
El elocuente alegato sirve extraordinariamente bien para comprender cómo, 34 años después de la muerte de Perón, el movimiento fundado por él con su propio nombre presenta los mismos problemas y exhibe similares características aunque en un contexto diferente, sensible a la muy argentina y aparentemente invencible tentación del personalismo más burdo. Si en Brasil no se habla de lulismo, ni Chile produjo bacheletismo o laguismo, la Argentina no se mueve de su cavernícolo caudillismo: acá tenemos “kirchnerismo”.
Hay, como en los años cuarenta, una dosis tóxica de mentira estatal organizada. Gillespie señala que “lo que durante los años 1946-1955 pasaba por ‘antiimperialismo’ fueron compras de intereses argentinos, que incluían los ferrocarriles, las fábricas de gas y la red telefónica, a unos precios que se llevaron el 45% de las divisas disponibles”.
No sucede algo excesivamente diferente 60 años después, al menos en la raquítica consistencia ideológica del peronismo, mil veces justificada e intelectualizada por gente de la cultura, que antes como ahora sentía la pulsión de identificarse con lo que percibía como identidad política del pueblo.
En ese sentido, lo que pasó con Montoneros y en general con la izquierda peronista y Perón, se reproduce, afortunadamente sin ametralladoras ni asesinatos, con los intelectuales kirchneristas del siglo XXI, algunos de los cuales compartieron y azuzaron las letales ilusiones de los años setenta. Hay, empero, un agravante. Los ahora llamados banalmente “comandantes” montoneros, hace 35 años eran muchachos atosigados de ingenuidad, buenos deseos y voluntad incendiaria de cambiar al mundo a balazo puro. Pero no eran adultos ni habían transitado etapas de maduración personal y decantación cultural elementales para protagonizar tamaño emprendimiento.
Coparon regimientos, mataron a decenas de personas, secuestraron y apelaron al terror. Desde 1968 hasta fines de 1973, un lustro decisivo, se infatuaron con que Perón era la encarnación argentina del viejo Mao de China y el mítico Che inmolado en Bolivia. El autoengaño de los líderes de toda una generación que prefería morir “en combate” a la lenta y tediosa transformación social, puede atribuirse en todo caso a la ilusión de que el legendario asalto bolchevique al equivalente argentino del Palacio de Invierno de la Rusia pre comunista estaba a la vuelta de la esquina.
Estremece a lo largo de las décadas la capacidad única del peronismo para producir eternamente en su núcleo operativo similares paradigmas de ficción y credulidad. Desde su cúspide (Perón en el siglo XX, Kirchner en el XXI), se derraman explicaciones y arquitecturas conceptuales de autoindulgencia insultante. Los Montoneros y la JP de aquellos años digerían la retórica del “socialismo nacional” y el “trasvasamiento generacional”, como, al comenzar este siglo, tuvo inicial credibilidad la pamplina de la “transversalidad”, reemplazada luego por la vergonzosa “Concertación”, diseño simbolizado por ese Julio Cobos vicepresidente convertido ahora por el Leviatán kirchnerista en el peor enemigo.
Pero los duendes de la supuesta progresividad K anidan en grupos etarios mucho más veteranos que los “imberbes” que Perón echó de la Plaza de Mayo cuando decidió jugarse por ese “movimiento obrero” a muchos de cuyos jefes la guerrilla había asesinado.
Perón optó por los sindicatos, por López Rega y por Isabel cuando, en lugar de la “hora de los hornos” fantaseada en aquellos años, sobrevino la “hora de los bifes”. Gente armada y fogueada en acciones de guerra irregular estuvo atravesada tal vez por una candidez que recorrió una America latina en la cual durante demasiado tiempo Cuba ejerció la conducción estratégica de todos los que compartieran el dogma de que el poder sale de la punta del fusil.
La enormidad es que gente que participó de aquella ordalía e incluso no le hizo ascos a la hoy vituperada década de Menem, suba ahora a escena para intentar darles lectura positiva a estos años de un gobierno que lleva en su código genético como marca registrada su ambigüedad deliberada. En un instante luminoso de su controversial libro, Gillespie sostiene que “ni por un momento los jóvenes soldados de Perón sospecharon que pudieran estar luchando por un general infiel”. Cuando Perón murió, Kirchner tenía 24 años. Cuando Kirchner nació, Perón tenía 54.
Impresiona y lastima que de un siglo a otro la Argentina haya sido capaz de conservar y seguir nutriendo mitos y ficciones lamentables. Recuerdo cuando en esos apocalípticos setenta, personas con las que tenía relación intentaban persuadirme de que Perón “estaba rodeado”. Vociferaban que “¡está lleno de gorilas el gobierno popular!”.
Hoy sin pólvora, es la misma mitificación, esencia dominante del peronismo: nada es como parece ser y todo puede explicar todo.

viernes, 2 de enero de 2009
La marca del estilo. Por Natalio Botana

En estos comienzos de año, tal vez sería oportuno armar un montaje teatral distribuyendo en el escenario los discursos que a diario invaden la escena. Pequeño mundo: la delantera de la escena estaría ocupada por los abundantes mensajes de la Presidenta; un poco atrás, ubicados los protagonistas en una plataforma saliente, el espectador recibiría el impacto de varias arengas que se descargan al modo de un juicio de instrucción; más apagadas, en el fondo, otras voces discretas harían las veces de un coro menos relevante.


Asistiríamos de este modo a un combate que se traba entre, por un lado, un ex presidente que vocifera contra las traiciones y conjuras mediáticas de sus enemigos y, por otro, las respuestas de quienes lo acusan en sede judicial de ser cabeza de una asociación ilícita. ¿Qué tendencia lleva las de ganar en este torneo belicoso? No sabemos aún cuales actores, en el futuro próximo o lejano, habrán de caer del pedestal, pero en todo caso, si nos atenemos a las actuales circunstancias, el gran perdedor es el estilo de nuestra democracia.

Con esto pretendemos aludir a un hecho recurrente. Cuando las palabras se visten con ropaje guerrero, algo anda mal en la realidad subyacente y en los comportamientos que ella oculta. Un discurso recíproco, forjado a golpes de traidores, enemigos y corruptos, no es un buen preámbulo para avizorar juntos, en un contexto mundial nublado por la crisis, el perfil del buen gobierno republicano. Es, más bien, una cacería de culpables. De este modo, el estilo político adquiere su más dura y originaria acepción: un punzón que escribe relatos sobre materias resistentes.

Provistos de las experiencias del pasado, teóricas y prácticas, sería absurdo negar la carga agonal inherente a la acción política. También errarían el blanco aquellos que recomiendan esgrimir el estilo propio de la ambigüedad (ya reconocía Aristóteles en su Retórica que esos estilos se difunden "cuando no se tiene nada que decir y se finge que se dice algo"). Estas advertencias, arropadas por milenios de reflexión política, son en gran medida verosímiles. Sin embargo, habría que preguntarse si, entre uno y otro extremo, quedan todavía espacios en el centro para encarrilar las cosas de una manera más racional; pertrechos de prudencia, en suma, con la virtud de encauzar las pasiones hacia las metas del bien general.

El problema, entonces, no sólo radica en el exceso de las palabras, sino en la madeja de conductas que van cavando en la existencia cívica un depósito de impunidades. Estos vínculos se realimentan y concluyen forjando también el depósito más vasto, por cierto no menos dañino, del descreimiento. Con estos condimentos, los comicios de este año corren el riesgo de transformarse en una batalla hiriente entre unos contrarios que, paradójicamente, no logran suscitar la confianza de la ciudadanía.


Habitualmente, los estudios electorales miden las motivaciones con arreglo a la tradición, a los valores o al cálculo utilitario, que guían la emisión del voto. Tal vez valdría la pena detectar el factor de resignación que asimismo alimenta no pocos de nuestros comportamientos.
Estas actitudes no son novedosas, pero si la corrupción sistémica sigue en aumento, mientras se descubren sus redes ocultas en el presente y en el pasado inmediato (me refiero al escándalo que desde su sede central proyectó sobre nuestro país la empresa alemana Siemens), seguirán prendiéndose luces rojas en el recorrido de la democracia. Aquí habría que trazar la raya de otro "nunca más" so pena de que la corrupción en la democracia se convierta en corrupción de la democracia.


Esta última observación evoca, felizmente, en las nuevas generaciones, un espejo lejano. Ellas no imaginan que la democracia pueda caer. Aun así, no hay que pronunciar elogios desmedidos y admitir que las diferentes formas de la corrupción están siempre al acecho.

Hace pocas semanas Julio María Sanguinetti publicó un libro ejemplar ( La agonía de una democracia. Proceso de la caída de las instituciones en el Uruguay, 1963-1973 ) en el cual expone, a través de una narración atrapante, el desenvolvimiento de la violencia política de la guerrilla que terminó provocando, en una tierra templada por la calidad cívica, el ascenso de una violencia simétrica en la forma de una dictadura militar.

Este juego de tenazas se inscribe en lo que Raymond Aron llamó la corrupción ideológica de los regímenes constitucional-pluralistas: el momento que presagia la tragedia en que un segmento de la ciudadanía opta por la violencia y se niega a plegarse al método pacífico de transferencia del poder mediante elecciones. Hoy, esta clase de corrupción ideológica del régimen representativo es muchísimo más débil que la que asoló a las democracias rioplatenses hace cuarenta años.

Luego de tanto dolor, algo hemos aprendido. Pero si bien esas ideologías parteras de la violencia son asunto del pasado (de un pasado, por otra parte, que en nuestro gobierno no quieren reconocer en su compleja causalidad), hay otro tipo de corrupción más sutil, que encadena al poder con sus sobornos, prebendas y protecciones particulares, y al mismo tiempo lo hace objeto de una retórica hecha de dicotomías absolutas. Una democracia que divide a sus actores entre titulares de la virtud y agentes del vicio es una democracia fracturada que no acierta a recrear una base mínima de moralidad.

Choque de realidades y choque de estilos: éstos no son los mejores auspicios para internarse en un año de elecciones. ¿Habrá que llegar a conclusión de que la dialéctica amigo-enemigo es la costumbre política más arraigada en la Argentina? Quizás exageramos adrede, ante la perspectiva que ofrecen los estilos que hemos recapitulado. A ello concurre una fragilidad institucional tan ostensible que conduce a dudar acerca de la transparencia de los comicios y a reclamar, en consecuencia, veedores internacionales (lo que, por ahora, no ha sido aceptado).

Los cruces entre las denuncias de corrupción ligadas a la inmunidad y la debilidad de las instituciones son propicios para que prosperen estas visiones agónicas de la política. Todo se acaba, el hundimiento y la catástrofe, para que de esas ruinas renazca un universo distinto sin contactos con el anterior. Son las consignas que propala el Gobierno desde hace un quinquenio y las que replican algunos opositores.

Esta es otra cara de la dialéctica amigo-enemigo. La democracia, en cambio, defiende el concepto más modesto y menos estridente de que las victorias, siempre parciales, deberían terminar con el gobernante derrotado yéndose con tranquilidad a su casa. Entre nosotros, lamentablemente, algunos ex gobernantes deben dar vueltas por los tribunales de justicia a la espera de procesos y sentencias.

Un argumento pesimista podría alegar que estas virulencias son representativas de una sociedad también virulenta. Habrá que ver, pero, mientras tanto, convendría tener en cuenta a los presidentes de nuestras repúblicas hermanas que abandonaron el gobierno con dignidad. Lo hicieron así porque, entre otras cosas, juzgaron que la política, preñada sin duda de conflictos y pasiones, reclama con urgencia practicar el arte de la paz. Acaso sea ésta la posibilidad entrevista por quienes aguardan en silencio: la del estilo sereno que troca la iracundia por la razón constructiva.
Fuente: Diario "La Nación" de Buenos Aires. http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1086068
miércoles, 17 de diciembre de 2008
El heroe que hizo lo que pudo

Editorial del Diario "El País" de España. 14/12/2008


Que una sociedad le dé las gracias a un político es un acto casi extravagante, por lo desacostumbrado. No debería ser así porque, si nos libramos de los prejuicios relacionados con la política, deberíamos reconocer que, como dice Hanna Arendt, las pocas y raras ocasiones en las que se ha logrado cambiar algo, ha sido precisamente cuando hombres y mujeres plurales se han asociado para actuar políticamente. Hay políticos que se merecen el agradecimiento de sus conciudadanos y que no son los héroes que les llevaron a la guerra o les exigieron esfuerzos insufribles, sino los del tipo que le gustaban a Romain Roland, héroes que hacen todo lo que pueden. Los argentinos empiezan ahora a darse cuenta de la importancia que tuvo la presidencia de Raúl Alfonsín, cuando, hace 25 años, se hizo cargo de un país que salía arrasado y desmoralizado de ocho años de feroz dictadura militar. En unas circunstancias extremadamente difíciles, Alfonsín hizo todo lo que pudo para defender el sistema democrático y devolver a los ciudadanos su dignidad colectiva.

A Alfonsín se le ha reprochado que dejara al país sumido en una violenta crisis económica y que aprobara las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que permitieron salir indemnes a muchos militares que habían asesinado, violado y torturado.
Pero fue Alfonsín quien sentó en el banquillo a los ex comandantes que integraron las Juntas Militares, y lo hizo cuando todavía estaba incólume la estructura castrense que había sostenido la dictadura. Fue él, y no Menem ni Kirchner, quien envió a la cárcel, con condenas a perpetuidad, a Videla, Masera y Agostí. Alfonsín recibió un país cuya industria había desaparecido y todos los planes de estabilización que intentó fueron boicoteados por muchos de quienes ahora le alaban. La misma CGT que nunca organizó una huelga general durante los ocho años de infamia militar, lanzó nada menos que ocho al presidente democrático.

Saludemos pues el desacostumbrado ejercicio de agradecimiento a un político honesto, una cualidad que nadie ha negado nunca a Alfonsín y que, desafortunadamente, ha estado tan poco presente en alguno de sus sucesores.


Nota de la JR: El artículo contiene un dato inexacto, los paros generales que la CGT hizo fueron trece ¿o catorce? En fin fueron algo mas que los tres que efectuó durante los diez años y medio de peronista Carlos Menem.

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